El balear Busquets Ferrer fue el encargado de arbitrar el encuentro entre el filial de la Real Sociedad y el Algeciras Club de Fútbol, el decisivo partido en el que se decidía cuál de los dos equipos ascendía a la categoría de plata del fútbol español.
Hasta el pitido inicial, la fiesta del fútbol estaba siendo un ejemplo para toda España. Más de 6.000 aficionados pintaron de rojiblanco las calles de Almendralejo desde bien entrada la mañana, 6.000 gargantas que no pararon de animar y celebrar que su club había llegado hasta allí. Junto a esos 6.000, un puñado de aficionados de la Real Sociedad se fotografiaban con la hinchada algecirista e intercambiaban impresiones y cánticos en los bares y plazas de los aledaños del Francisco de la Hera.
Era ambiente de Primera División, algo que conocían y muy bien los vecinos de Almendralejo. Pero llegó la hora del partido y lo que podía haber sido un encuentro vibrante y por todo lo alto, con un Algeciras entregado a la causa y un filial donostiarra de calidad superior, acabó siendo un partido trabado, sin ritmo y con constantes cortes.
Busquets Ferrer, el trencilla balear que pitó uno de los partidos más importantes de la historia de ambos equipos, se erigió protagonista del encuentro. Con continuas interrupciones, un rasero diferente para cada acción y un sinfín de gestos y encaramientos con jugadores y cuerpo técnico del Algeciras, Busquets Ferrer no dejó jugar al fútbol.
No se trató de un partido brusco ni lleno de acciones violentas, de hecho ni se puede acusar al trencilla de “tener familia en San Sebastían”, se trata de saber manejar un partido de una talla que le quedaba grande. Con infinidad de gestos chulescos, leyes de la ventaja absurdas y un ojo vago para según qué acciones, Mateo Busquets Ferrer trabó de manera constante el juego del Algeciras, más incluso que la propia defensa txuri-urdin.